Por: Juan Francisco Torres
Solo basta abrir los ojos para darse cuenta de la barbarie y caos en el que ha caído la humanidad, donde una democracia armada nos bombardea permanentemente con sus balas, bombas y unos aparatos altamente tecnológicos, que no sabíamos ni siquiera que existían, pero que producen muchas muertes.
Desgraciadamente esto no es una novela de ficción que se acerque a los textos de Julio Verne, sino el quehacer diario y absurdo de - la queramos o no, nuestra realidad. Nuestra, porque somos parte de ella, más no porque la queríamos así o porque nosotros o nosotras la construimos; porque si la hubiéramos construido los y las de abajo, seguramente sería mejor.
Nuestra, también, porque nos hemos adaptado al sistema, no todos; pero sí la mayoría. La estandarización capitalista ha convertido a los seres humanos en seres frívolos, insensibles, casi robóticos; lo han separado abismalmente de su capacidad racional de su sensibilidad emocional. Donde un presente injusto ha predeterminado su vivencia, o más bien dicho lo ha intentado predeterminar, cobijado por palabras vacías, pero muy difundidas, como: éxito, liderazgo, competencia, etc., etc, etc. En conjunto, unas palabras de mierda.
Tal grado de insensibilidad alcanzado el ser humano, que Palestina, por ejemplo, diariamente es ultrajada, asesinada, violentada; bajo el silencio estúpido y la mirada estática de los países ó personas alcahuetas y cómplices de los genocidas. La solidaridad no basta con hojas panfletarias llenas de retorica elocuente, sino de actos concretos y reales; porque la revolución por los oprimidos y explotados, no se la hace por caridad.
Palestina y todo el mundo somos victimas de este capitalismo fascista, al intentar callar la voz de "los sin voz", de los que soñamos un mundo mejor. El capitalismo ha sido siempre el mismo verdugo, vestido de nazismo ó vestido de sionismo. Hoy los sionistas ultrajan brutalmente Palestina, como hace 90 años, un 15 de enero de 1919, los nazi-fascistas, de la forma más cobarde, torturaban a la Rosa más bella de nuestra primavera: Rosa Luxemburgo, pensando ingenuamente que cortando los pétalos de su tallo acabarían con la primavera, pero olvidaron sus espinos que los siguen lastimando y su raíz la cual es nuestra herencia para cosechar nuestra primavera: el Socialismo.